MUTATIS MUTANDIS (PASADO)

Artistas participantes:

Gabriel Antolinez, Carlos Bonil, François Bucher, Juan Cárdenas, Miguel Cárdenas, Leonel Castañeda, Carlos Castro, José Covo, Carolina Charry, Tahuanty Jacanamijoy, María Margarita Jiménez, Humberto Junca, Ana María Millán, Camilo Pachón, Fabio Melecio Palacios, Sandra Rengifo, José Alejandro Restrepo, Luisa Roa, Juan Guillermo Tamayo, Leonardo Ramos y Sergio Vélez.

 

Juan Mejía

OSBOURNE: We’re going through changes... BOWIE: Ch-ch-ch-ch-changes / turn and face the strange / ch-ch-changes...
ANDERSON: Change changing places / root yourself to the ground /

capitalize on this good fortune / one word can bring you round / changes...
SIMON: After changes upon changes / we are more or less the same...

En el principio fue la oscuridad, el verbo, el caos y todas esas cosas. Luego, en
su orden, la eternidad, la dialéctica hegeliana, el eterno retorno y la física cuántica. Esa es la historia que, a su vez y a su modo, va también cambiando.

Las detalladas investigaciones rea- lizadas en los ricos yacimientos de fósiles de Burgess Shale en Canadá y Chengjiang en China muestran que
la biodiversidad marina alcanzó los niveles modernos desde hace más de 540 millones de años, hacia nales del supereón Precámbrico. Esto contra- dice la antigua idea de un «árbol de la evolución» que empezaba con unas pocas formas de vida que se iban diver- si cando gradualmente en términos de especies y número hasta llegar a

los días actuales, idea defendida por el biólogo alemán Ernst Haeckel (1814- 1919), que no refleja exactamente la realidad. (Parker)

Mutatis mutandis es una expresión latina que signi ca «cambiando lo que haya que cambiar», y se dice cuando uno usa un ejemplo, un precedente, para establecer una analogía o una metáfora con algo que puede ser en esencia lo mismo que aquello que ilustra, pero donde han de sustituirse los detalles o las formas. Además de la sonoridad de la expresión, nos inte- resa el sentido potencial de cambio y transformación que sugiere. Estos son conceptos que atraviesan el conjunto de propuestas en nuestra exposición. ¿Qué sería esa esencia, acaso, si no es la misma posibilidad de sustitución, la misma facultad del cambio?

La evolución es cambio, pero no cual- quier cambio. Es una transformación gradual, progresiva y, diríamos, natural, en oposición a una de carácter abrupto o violento. En este caso hablaríamos de revolución. Fuck the revolution, decía una camiseta, bring on the apocalypse! (y tenía una calavera con pelo largo y boina en vez del Che Guevara).

Evolucionan los Estados, las circunstan- cias, las ideas, además de las especies. Evolucionan los grupos musicales y los pokemones. La acción de evolucionar está vinculada a los cambios de estado y a un despliegue o desenvolvimiento,

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y su resultado es un nuevo aspecto del elemento en cuestión.

De la variación y adaptación depende
la supervivencia; si las circunstancias van cambiando, es apenas natural. Los primeros evolucionistas (Lamarck & Cía.) a rmaban que el motor del cambio de las especies era el deseo de cambio (Besoin), lo cual le con ere al proceso una dimensión estética inconmensura- ble. Darwin, en cambio, se lo atribuyó a los procesos de adaptación y selección natural, que encontraron sustento en las investigaciones de Mendel sobre la genética y las mutaciones a nivel cromo- sómico, aunque mucho más adelante.

El positivismo de vuelta de siglo acoge la evolución como teoría general de
la realidad natural, manifestación de una realidad —metafísica o sobrena- tural— in nita e ignota. Su punto de partida es la doctrina biológica de la evolución orgánica, condicionada por el presupuesto romántico de que lo nito es manifestación o revelación de lo in nito. Esta perspectiva niega cate- góricamente las causas o los efectos nales como propósito discursivo, es decir, elimina el matiz teleológico que tiene en su origen la teoría de la evolu- ción, fácilmente asimilable al progreso natural.

Sea como sea, la losofía de Comte nos interesa en el contexto presente de la relación entre positivismo y desarrollo cientí co sólo en la medida en que representa una forma bien delineada del cienti smo moderno, por lo demás con- temporáneo de las teorías de Darwin. Según Comte, todo desarrollo en la sociedad humana depende, en última instancia, del desarrollo cientí co. La

historia de la ciencia es el núcleo de la historia general de la especie humana. No puede comprenderse bien el sentido de la historia universal si antes no se ha clari cado la evolución de las formas de conocimiento empírico.

Esta evolución sigue tres estadios: el teológico, el metafísico y el positivo. Toda ciencia, y por tanto también toda sociedad, debe atravesar estos tres estadios. Las diferencias entre los estadios vienen determinadas por el modo diverso como el hombre concibe el mundo. En el estadio teológico el hombre intenta explicar los fenómenos naturales suponiéndolos efecto de la voluntad de espíritus o fuerzas sobre- naturales. En el estadio metafísico se interpretan los fenómenos como efec- tos de fuerzas o entidades abstractas, ya no más personi cadas. En el estadio positivo, que es el de una ciencia o de una sociedad maduras, se describen y predicen con toda exactitud los fenó- menos mediante leyes naturales sin buscar explicaciones casuales «tras» los fenómenos; las leyes naturales

son el producto exclusivamente de la observación y de la reflexión racional. (Moulines)

Pero los procesos de evolución orgá- nica están inconmensurablemente dila- tados en el tiempo. Desde la aparición de las primeras células eucariotas, que sentaron las bases para la evolución de organismos más complejos, ¿cuánto tiempo tuvo que transcurrir para que las ballenas ancestrales volvieran al mar y perdieran sus extremidades posterio- res?, ¿cuánto tardaron los dinosaurios en devenir aves y convertir en plumas sus escamas?, son historias casi de fantasía.

MUTATIS MUTANDIS – 3

Es difícil acceder al proceso mismo de evolución, no hay sino pistas, fósiles, espectros (quizás es por esto tam- bién que suscita tanta incredulidad

y resistencia entre los creacionistas). Ciertamente los pelos nos recuerdan
lo animal, sobre todo lo mamífero, tal vez por eso nos atraen y nos repelen
al mismo tiempo. Pero es frecuente asimismo que escamas, huesos, uñas
y plumas causen impresión y asco, sea por extrañeza o por un temor incons- ciente a reconocernos en ellos. Si todo el proyecto cultural humano puede ser visto como un intento por escapar com- pletamente del orden de las criaturas, ese recuerdo insospechado de la base de nuestra existencia puede resultar traumático, o demasiado revelador.

Para asistir al espectáculo de la evo- lución se hace necesaria entonces su representación, su musei cación (la imposibilidad física de la jación en el cuerpo de un mutante...); se mira con cuidado, pero a través de un vidrio, de un dibujo o de una pantalla.

En este caso la evolución animal, bioló- gica, sería una metáfora de otros tipos de cambios asimilables a la cultura, a la humanidad, a nuestra percepción y a nuestra concepción de los tiempos pasado, presente y futuro. Quisiéramos proponer la noción misma de pasado como algo que está vivo y en perma- nente transformación, y no como algo muerto y petri cado, a pesar de las evi- dencias. La evolución sería un estado

esencial, fundamental, de suspensión entre posibles estados de nitivos, donde tienen cabida la incertidumbre, el error, la monstruosidad y el fracaso en la misma medida que el éxito, la adecuación, la supervivencia y la estabilidad.

De las entrañas de la incertidumbre, de aquello que no se puede catalogar, sale el temible monstruo, cuya vía es toda- vía nueva, por muy transitada que haya sido. «Y esta vez más ingeniosa que el hombre, la naturaleza ha creado, sin embargo, a los verdaderos monstruos, no entre el «ganado mayor», sino en «el in nitamente pequeño», en el mundo de los animálculos, de los infusorios y de las larvas de las que el microsco-

pio nos revela el soberano horror [...] Parece, en efecto, que nada pueda igualar la angustia y el espanto que expanden las pululaciones de estas tri- bus atroces. La idea del monstruo que ha hecho quizás nacer en el hombre unas visiones dadas a luz por noches de pesadilla, no ha podido inventar for- mas más espantosas». (Huysmans)

El monstruo muestra y se muestra, evi- dentemente, es espectáculo. Se de ne por la norma, en razón de la otredad. Pero es asimismo aquello de lo cual no podemos precisar los límites, razón por la cual produce pánico.

Y como no se puede catalogar, recu- rrimos al mito, al entrañable mito, para darle un nombre.